Alberto Rojo
24.08.2008
En un microondas es posible hacer pochoclo, por cierto. La radiación dentro del horno calienta el agua atrapada dentro de los granos de maíz, el agua se evapora, se convierte en un gas a alta presión, el gas hace explotar al grano y se produce el pochoclo. Pero la radiación emitida por un celular es mucho más chica. De otro modo sentiríamos los dedos calientes al hablar por celular. Y la energía sonora emitida por la alarma del celular es ínfima como para tener un efecto sobre el maíz.
Lo interesante de este video es la manera en que la imaginación popular actúa como un espejo distorsionador de la tecnología del momento, concibiendo –al modo de la ciencia ficción– extrapolaciones cuantitativas, caricaturas magnificadas de la realidad. El hecho de contener errores cuantitativos y no cualitativos los ubica en las proximidades de lo verosímil y eso es siempre fascinante.
Hay un caso análogo al de los celulares de YouTube enhebrado a la historia de la ciencia argentina. El 16 de febrero de 1951 Juan Domingo Perón anunció: “En la planta piloto de energía atómica en la isla Huemul, de San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo condiciones de control en escala técnica”. Todo resultó un disparate, como lo mostró, en 1952, un informe detallado de José Antonio Balseiro, quien luego sería uno de los fundadores del instituto que hoy lleva su nombre. El responsable del fiasco era el “sabio” austríaco Ronald Richter, que había embaucado a Perón y Evita convenciéndolos de que conocía la manera de generar energía atómica por el método de fusión. Y lo de “control en escala técnica” es una jerigonza que nadie entendía, me comenta Arturo López Dávalos, coautor, junto a Norma Badino de J. A. Balseiro: crónica de una ilusión.
Según me cuenta Mario Mariscotti, autor del excelente libro El secreto atómico de Huemul, cuando la comisión presidencial encabezada por Balseiro llegó la isla escucharon unos ruidos muy molestos. Eran unos parlantes que apuntaban a la chispa de un arco voltaico. Para lograr la fusión nuclear se necesitan temperaturas de cientos de millones de grados (la energía que nos llega del Sol tiene ese origen) y Richter la pretendía conseguir con un arco voltaico ayudado por el sonido de parlantes. Los cálculos de Balseiro mostraron que el método era cuantitativamente impracticable.
Algunos de los instrumentos del laboratorio de Richter fueron usados luego en el Instituto Balseiro. Recuerdo haber visto algunos en mis tiempos de estudiante en las clases de física experimental. Mientras escribía este artículo pregunté por el destino de los parlantes. Al parecer fueron usados en la puesta en escena de la ópera experimental Richter, con libreto de Esteban Buch.
Adelanto la acción a enero de 2007. En un artículo publicado en Physical Review Letters, una de las revistas más serias de la física, un equipo de investigadores del Instituto Politécnico Rensselaer de Nueva York, de la Universidad de Purdue de Indiana y de la Academia Rusa de Ciencias informa que consiguieron la fusión usando sonido. Los autores bombardeaban una mezcla de acetona y benceno con ondas de sonido. Las burbujas de la mezcla se expanden por el sonido y luego colapsan violentamente produciendo una onda de choque que daría lugar a la fusión. La técnica fue bautizada “sonofusión” y, si bien todavía no es aceptada, parecería consentir una reinvidicación histórica a las locuras de Richter. Todavía más, uno de los laboratorios líderes en el mundo en técnicas de este tipo está en Bariloche, liderado por Fabián Bonetto.
Wolfgang Meckbach, un profesor del Balseiro, solía decirnos, con un cordial acento alemán, “muchas ideas brillantes fracasan en lo cuantitativo”. Tal es el caso de los celulares y el pochoclo y de los métodos disparatados de Richter.
Recapitulando, no hay riesgo de que su oído se convierta en pochoclo. La energía emitida por un celular es inofensiva y su cabeza, como diría Alfredo Casero, “soporta radiación”.
(Música para lograr la sonofusión)
Coplas de Madrugá, dice Martirio, fue la primera fusión de la copla y el jazz, y permitió una nueva reinterpretación de los clásicos y llevar la copla a escenarios donde nunca se había interpretado como los festivales jazzísticos.
Acompañados por los músicos del trío de Chano Domínguez, Guillermo McGill en batería y Javier Colina en contrabajo y al acordeón, graban una serie de coplas tradicionales en un tono totalmente nuevo. El resultado es maravilloso y conmovedor.
María Isabel Quiñones Gutiérrez es el nombre real de la cantante española conocida como Martirio. Comenzó su trayectoria profesional en los 70 con el grupo Jarcha y más tarde formó parte del grupo Veneno, liderado por Kiko Veneno y los hermanos Raimundo y Rafael Amador.
En 1986 comienza su carrera solista y nace el personaje de Martirio: enfundada en escena entre unas gafas de sol y una peineta, fue una de las intérpretes más originales del panorama musical español en los años 80. Wikipedia cuenta todo esto y dice que su música es un puente entre culturas y fusiona copla andaluza, flamenco, bolero, jazz, tango, rock, guaracha...
Ha colaborado con multitud de artistas. Entre otros, Martirio ha trabajado junto a Jerry González, Maria del Mar Bonet, Chavela Vargas, Compay Segundo, Omara Portuondo, los cantautores Javier Ruibal, Carlos Cano, Alberto Cortez, Simón Díaz, Pedro Guerra, Luis Pastor o Miquel Gil, Susana Rinaldi, Son de la Frontera, Mayte Martín, Jabier Muguruza o el cantaor Miguel Poveda.
Pero su sociedad más fructifera ha sido la que formó junto al pianista Chano Dominguez. Con él grabó en 1996 Coplas de madrugá, y en 2004 Acoplados. Los dos discos están dedicados a explorar la fusión entre la copla y el jazz.
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